El domingo pasado arrancaron los procesos electorales del año con la elección extraordinaria para gobernador de Colima. De nueva cuenta se enfrentaron los mismos candidatos del PRI (en coalición con los partidos Verde Ecologista, Nueva Alianza y del Trabajo), Ignacio Peralta, y del PAN, Jorge Luis Preciado, que contendieran en la elección ordinaria del 7 de junio del año pasado y que fuera anulada por el Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación (TEPJF) el 22 de octubre pasado por irregularidades en el proceso. Concretamente, una intervención ilegal del gobierno estatal en favor del candidato priista, más parecida a una acción perversa de fuego amigo que a un torpe y burdo intento de ayudar al abanderado tricolor.
Y con los mismos contendientes, además de otros de relleno postulados por los partidos de la Revolución Democrática, Movimiento Ciudadano, Morena y Encuentro Social, cuya suma de votos con dificultad llegó al 15 por ciento de la votación total, el resultado volvió a favorecer al candidato del Revolucionario Institucional, con una votación casi igual a la obtenida en el proceso anulado.
En efecto, si en junio pasado Ignacio Peralta obtuvo 119,437 votos (42.72%), en esta ocasión recibió 118,772 (42.5%), de acuerdo a las primeras cifras proporcionadas por la autoridad electoral. Por su parte, Jorge Luis Preciado habría perdido poco más de 10 mil votos respecto de los resultados de su primera participación, pues mientras en la elección anulada alcanzó 118,934 (39.03%), ahora se quedó en 108,604 (39.2%). Y esos 10 mil votos que le faltaron, fueron, precisamente, la diferencia por la que le ganó el candidato tricolor.
Un proceso con incidentes que a nadie sorprendió, porque el robo, quema de boletas y casillas violentadas, principalmente en Tecomán y Manzanillo, resultaron poco comparado con la guerra de lodo que caracterizó la campaña de ambos candidatos, en la que se dijeron de todo y se acusaron de lo peor. Cero programas, planes o propuestas, sólo descalificaciones, en una estrategia cuyo objetivo se centró en mostrar lo peor del contrario para convencer al electorado, no por quién votar, sino por quién no hacerlo, ejercicio en el que, por lo visto, Ignacio Peralta resultó más eficiente.
Qué difícil resulta para nuestros políticos reconocer su derrota. No hay manera de que el perdedor acepte el triunfo del contrario, simple y llanamente, porque siempre alegará anomalías y a éstas atribuirá su derrota. No hay mérito en el opositor, solo trampas y artimañas.
Un ejemplo: Jorge Luis Preciado, decidió no impugnar el triunfo del Ignacio Peralta, pero eso sí, no lo dejó ir limpio, pues, según él , el proceso estuvo lleno de inconsistencias importantes y con elementos para anular la elección, ya que enfrentó una elección de estado, con intervención del Gobierno Federal, de los secretarios de Estado y de la estructura policial, con uso de recursos públicos para la compra de votos y una estrategia que, mediante el factor miedo y temor, disminuyó la participación de la sociedad, alegaría como queja.
Esto es, según lo declarado por el candidato panista, aunque tenía elementos de sobra para reclamar una vez más la anulación, en esta ocasión se las perdonó. La realidad es que, muy a su pesar, tuvo que aceptar lo que simplemente sucedió, que el voto no lo favoreció.
Concluyó una elección más para gobernador de Colima, comicios que han resultado ser muy accidentados en esta entidad. Y es que, en menos de 15 años se han anulado dos elecciones para gobernador y celebrado tres procesos electorales extraordinarios. Además, en diez años han fallecido, un gobernador en funciones, en un accidente aéreo, no aclarado, en 2005 y un ex gobernador, asesinado al año de concluir su mandato en 2010. Un tercer ex gobernador sobrevivió a un atentado criminal el año pasado y un sobrino suyo, sospechoso de ser el autor intelectual del crimen del ex gobernador, fue asesinado en los primeros días de este año. Vaya racha que esperemos ya termine.
Enero 21 de 2016