Difícil definir el papel y la responsabilidad de las oposiciones en regímenes democráticos. ¿Cómo debe ser el desempeño de los partidos de oposición? ¿Deberán siempre disentir y rechazar toda propuesta, programa o plan que el gobierno proponga? ¿Será válido que, en casos de coincidencia de propósitos, se puedan sumar a las políticas gubernamentales, sin que esto signifique poner en riesgo su esencia opositora? Negociar con la autoridad, ¿significa abdicar a su posición? Qué intereses deben guiar sus acciones, los de la Nación a la que deben servir o los de sus principios como fuerza de oposición.
La reflexión viene al caso por la encrucijada en la que parecen encontrarse los dos partidos políticos mayoritarios de oposición, PAN y PRD, sus dirigentes, militantes y otras figuras distinguidas, con motivo de la suscripción del Pacto por México. Un acuerdo que permitió, en principio, superar las diferencias entre las principales fuerzas políticas de nuestro país, tradicionalmente enfrentadas. En ocasiones, de manera irracional.
Y es que, habría que reconocer el sigiloso y fino trabajo político realizado, durante los meses posteriores a la fecha de la elección, por parte del Presidente electo y sus operadores, con los personajes claves de las oposiciones para lograr sentar, en la misma mesa, a la representación de quienes, apenas, unos pocos meses antes, habían estado enfrascados en una ruda lucha electoral.
El Pacto evitó que México se hundiera en un marasmo, por conflictos postelectorales, y que la mirada se enfocara hacia adelante, para buscar acuerdos sobre medidas benéficas para el país. Así, a diferencia de las dos últimas sucesiones presidenciales, en las que sufrimos meses de enfrentamientos, manifestaciones, denuncias y reclamos estériles, antes y después de la toma de posesión del Jefe del Ejecutivo, en esta ocasión, el inicio de la nueva administración mostraba una imagen diferente, a pesar de los esfuerzos orquestados para desacreditarla.
Los dirigentes del PAN, Gustavo Madero, y del PRD, Jesús Zambrano, sin perder postura ni desconocer su carácter de oposición, encontraron en el Pacto una oportunidad para analizar y discutir con el Gobierno y su partido, el PRI, temas fundamentales para el desarrollo económico, social y político del país, así como para formular propuestas de solución a problemas nacionales. El foro resultaba útil, oportuno y adecuado para llevar en su seno ese diálogo indispensable para lograr acuerdos y poner fin al largo estancamiento que ha padecido nuestra Nación, debido, precisamente, a diferencias políticas. A una lucha desconsiderada por el poder.
Pero resultó que el éxito de este acuerdo, no convenía, de ninguna manera, al futuro político de algunos inquietos personajes, muy preocupados ya, desde ahora, por el 2018. Por lo que procedieron maniobrar en contra de la operación de este mecanismo de concertación, censurando la participación de los dirigentes panista y perredista, calificándolos de sumisos y entreguistas. Pues, el fenómeno se dio, de igual manera, en los dos partidos. Y a partir de esto, y con la intención de no perder imagen ante su militancia, Gustavo Madero y Jesús Zambrano, comenzaron a jugarle las contras al instrumento que ellos mismos suscribieron voluntariamente.
Ante las presiones internas en el seno de estas dos fuerzas políticas, originadas, más por la lucha por el control del partido, que por una actitud de responsabilidad con el desarrollo del país, los propios dirigentes no han dudado en poner en riesgo al propio Pacto, con tal de mantenerse en el cargo, por el poco tiempo que les queda.
El Acuerdo, ciertamente afectó el protagonismo de algunos grupos que, al sentirse excluidos en la aportación de fórmulas para desatorar al país, de inmediato procedieron a presionar para sacar de este foro los acuerdos para otras reformas de ley. Esto explica las amenazas y chantajes en contra del Acuerdo Nacional , que no son otra cosa que una estrategia para restarle importancia como mesa de acuerdos, y borrarlo del escenario político, pues al estar identificado con el gobierno del Presidente Enrique Peña Nieto, sus éxitos se los endosan a su administración y, esto, les resulta políticamente inconveniente.
Todo país debe contar con una oposición fuerte y sólida. Es fundamental para mantener los equilibrios del poder, pero no creo que la función de la oposición sea oponerse a toda medida que provenga del gobierno, todo el tiempo, sin considerar si son o no benéficas para el país. Si las propuestas son positivas y contribuyen al desarrollo de la Nación, la suma de esfuerzos del gobierno con las oposiciones constituye la única fórmula para el despegue, pues la contribución de todos es fundamental. Lo contrario, el enfrentamiento permanente, sólo lleva al estancamiento. Eso ya lo vivimos.
Por eso llama la atención que después de todos estos años de desencuentros, que afectaron la evolución del país, haya quien siga encontrando en el rechazo y la negación su plataforma política. Recientemente, el líder moral del Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, Andrés Manuel López Obrador, expuso lo que considera que debe ser el papel de una oposición.
Él afirma que se negó a firmar el Pacto “porque México necesita de oposición” y cuando a todos los cooptan ya no se tiene ninguna esperanza. Para López Obrador, no importan los contenidos ni los propósitos, ni menos sentarse a discutir problemas y propuestas. Hay que estar en contra como razón de ser, aunque eso paralice al país, porque la única vía posible es su propuesta.
Esta es la clase de oposición que no necesita ningún país, pues lejos de aportar, constituye un muro de contención que impide el ejercicio de gobierno. Negada al diálogo y menos a la negociación, que para ellos es sinónimo de entreguismo, parte del supuesto que su misión es llevar la contraria. Y con esa consigna enfrentará todas las reformas que proponga el gobierno. En particular la energética, en contra de la cual ya se frota las manos.
Agosto 7 de 2013.