La comunicación tuvo una formidable transformación a partir de que la tecnología puso al alcance de los ciudadanos de a pie instrumentos que antaño sólo se concebían en el mundo de ciencia ficción. En la fantasía, proyectada a través de personajes de novela o cinematográficos, privilegiados con el uso de herramientas concebidas por una fértil imaginación de esos tiempos, con la que nos deleitaban, a través de fantásticas aventuras.
Me queda el recuerdo de un personaje de revistas de entretenimiento y de tiras cómicas que se publicaban en ediciones dominicales de algunos diarios, a mediados del siglo pasado, y que era portador de un radio reloj de pulsera que utilizaba como medio de comunicación.
Dick Tracy se llamaba el héroe de esas historietas, un detective que combatía el crimen y resolvía casos en los que el bien siempre vencía al mal. A este personaje, en 1946 se le dotó con la innovación de lo que podríamos considerar el antecedente de los teléfonos celulares actuales, un radio reloj. Más adelante, en 1964, a ese aparato se le habría de agregar una pantalla que le permitiría funcionar, además, como televisión.
Estos equipos vendrían a ser los abuelos de los llamados smartphones o teléfonos inteligentes, que han venido a revolucionar la comunicación actual, al facilitar la difusión masiva de hechos que en otros tiempos pasarían desapercibidos, pero que ahora cualquiera, que cuente con uno de estos aparatos, puede video grabar y transmitir a través de las redes sociales.
Esta circunstancia ha convertido al ciudadano común y corriente en un potencial reportero, con enormes ventajas sobre el periodista profesional, en cuanto al sentido de la oportunidad, pues aquél resulta ser testigo presencial de los hechos que puede difundir simultáneamente al momento de estar ocurriendo. Eso sí, con el riesgo que significa mostrar una versión precipitada y parcial de un hecho, de sólo una parte de la historia, lo que, no pocas veces, ha dado lugar a juicios condenatorios injustos.
Lo que, por cierto, no ha sido el caso de algunos de los escándalos conocidos recientemente y que, por el contrario, ha funcionado como denuncias públicas sobre conductas reprobables, más grave cuando el personaje involucrado se trata de una figura pública, como en el caso de la ahora conocida “ladydelsenado,” Luz María Beristain, senadora por el estado de Quintana Roo.
Pareciera que la posibilidad de hacer ostentación de un cargo público, como alegato de privilegio para ignorar leyes o reglas, sigue prevaleciendo como una gran tentación en la mente de algunos servidores públicos. Sujetos que no dudan en aprovecharse de su puesto para exigir ventajas, en lugar de asumirlo como una responsabilidad de servicio y de compromiso con la ciudadanía y el país.
Sólo con esta distorsión de conceptos, pueden entenderse los alegatos de la senadora Beristain, en su intento por justificar su comportamiento ante la despachadora de una aerolínea que se negó a darle el pase de abordar por haber llegado a registrarse cuando el vuelo ya estaba cerrado.
Dado que la videograbación del suceso mostró toda la retahíla de reclamos formulados por la legisladora, resultaba difícil desmentir lo dicho, así que, suponemos, que alguien recomendó a la legisladora salir a medios, para dar su versión de los hechos, a manera de control de daños. Sólo que erró en la estrategia argumental al insistir, en todas sus entrevistas, que el maltrato recibido consistió en haberle negado el trato especial y de privilegio que, según ella, se merecía, en función del cargo de representación popular que ostenta. Porque, del incumplimiento en que incurrió, al llegar después de vencido el tiempo que requieren las líneas aéreas para el registro de pasajeros, ni hablar.
En su afán por justificar lo injustificable, la senadora consideró la negativa a acceder a su reclamo, como un complot en contra de los políticos, por lo que en el extremo anunciaría su intención de proponer la creación de una Fiscalía Especial para la Protección de los Políticos.
Si bien, tras varias accidentadas entrevistas, la legisladora accedió a ofrecer disculpas por su comportamiento, no dejó de insistir en que, con ella se había cometido una injusticia y que el trato que se la había dado era inhumano.
Esto, estimados radio escuchas, sólo es una muestra de la prepotencia que caracteriza a algunos personajes de nuestra clase política, pero que ahora tendrán que ser más cuidadosos de sus modales, si no quieren saltar a la fama, y no precisamente, a la más conveniente para su carrera política.
Junio 3 de 2013