Las elecciones del domingo siete significaron malas noticias para algunos partidos. Sin que esto quiera decir que haya sido una sorpresa, porque, en rigor, sólo confirmaron lo que era previsible para algunos. Difícilmente podríamos sorprendernos de cómo le fue al Partido de la Revolución Democrática y, menos, sus dirigentes podrían alegar que no esperaban resultados semejantes, si el cuasi desastre lo fueron preparando a conciencia, sólo que cegados por su obsesión de mantener el control del partido, no vieron el tsunami que se estaba formando.
Si bien, este partido pudo salir airoso, el año pasado, con la renovación de su dirigencia a través de un proceso, ese sí, sorprendentemente tranquilo, sin las estridencias y enfrentamientos a que nos tenían acostumbrados en sus elecciones internas, el resultado dejó muchos pendientes y, si bien, en apariencia no causó profundas heridas, sí que dejó heridos graves que prefirieron guardar la factura para una mejor ocasión. Y vaya que se las cobraron con creces.
Sólo los Chuchos y su Nueva Izquierda (NI), podían suponer que el monopolio ejercido en el control de su partido, durante los últimos seis años, no tendría consecuencias. Lejos de buscar equilibrios con otras corrientes para fortalecer la estructura de una organización con amenaza de fractura, estos dirigentes siguieron repartiéndose el partido entre ellos mismos, ante la molestia de otras corrientes, como la Izquierda Democrática Nacional (IDN), precisamente, la del profesor René Bejarano.
Poco a poco figuras destacadas del Sol Azteca fueron retirándose, en desaprobación por la forma en que se estaba manejando el partido, lo que ni siquiera preocupó a sus dirigentes que siempre encontraron la manera de justificar su posición y descalificar a quienes renunciaban al partido. Y así como Cuauhtémoc Cárdenas, hace 26 años, había logrado lo que parecía casi imposible al sumar a los diversas partidos de izquierda para formar una coalición que se habría de convertir en el PRD, a los líderes de la NI les llevó sólo 6 años para dejar casi en el esqueleto este instituto político, otrora segunda fuerza política nacional, que llegó a estar a punto de convertirse en el partido en el poder.
Finalmente, lo que vendría a darle un golpe casi mortal al Sol Azteca, sería el surgimiento del partido de uno de sus ex dirigentes, Andrés Manuel López Obrador, que con su Movimiento de Regeneración Nacional, Morena, le quitó militantes, votos, posiciones y quizás hasta la bandera de la interlocución de la izquierda. Y es que al ex Jefe de Gobierno le interesa ir sumando grupos y movimientos y lo que se pueda de esta corriente, con vistas al 2018 y, como sus diferencias con los Chuchos son irreconciliables, al menos así lo ha estado reiterando, dará la bienvenida a quienes se salgan del PRD para incorporarse a Morena.
El PRD tendrá una bancada en la Cámara de Diputados de, más o menos, 54 legisladores, sólo 13 más de los que obtuvo en su debut, hace 24 años, y contra 99 que tiene en la actual legislatura. De ser prácticamente el dueño de la capital del país, con mayoría absoluta en la Asamblea Legislativa y controlar 12 de las 16 delegaciones, ahora tendrá la mitad de los diputados con que actualmente cuenta y sólo encabezará 6 delegaciones. En estas pérdidas, se dice que estuvo la mano de René Bejarano.
A este partido le urge reinventarse y, a sus los dirigentes, rectificar el rumbo, reconocer sus errores y olvidarse de los controles monopólicos. La amenaza la tienen enfrente, pues la clientela electoral es la misma que la de Morena y el político tabasqueño conserva carisma, sabe de mañas y no los quiere.
Junio 12 de 2015