Miguel Tirado Rasso

Aceptar los resultados

In Temas Centrales on 13 junio, 2013 at 12:01 pm

Continúa la cuenta regresiva y, ya falta menos. Sólo dos semanas para que, conforme lo ordena la ley electoral, concluya el período de campañas, y se de paso a ese espacio silencioso de tres días, previo al día de la votación. Como reza el dicho popular, no hay plazo que no se cumpla y, éste, está a punto de cocimiento.

Por lo pronto, las movilizaciones juveniles y las encuestas siguen en la pugna por convencer de su verdad. Éstas porque siguen reflejando, al menos la gran mayoría, la condición de puntero del candidato tricolor, por más de dos dígitos de diferencia sobre su más próximo competidor. Mientras que las movilizaciones buscan multiplicarse tomando las calles en varias ciudades de la República, para hacer escuchar las razones de su manifestación con sentido apartidista, aunque con un profundo y expreso sabor anti peñista. Y esto, pega en las percepciones.

Habría que destacar la importancia del movimiento juvenil #yo soy 132 que, sin lugar a dudas, le dio otro color y un ritmo diferente a las campañas, alertando a los candidatos a considerar un sector que no había estado presente en el proceso y que se caracteriza por su agilidad comunicativa, su estridencia, su enorme energía, su capacidad de desplazamiento y la facilidad de contagio. El despertar de los jóvenes a este proceso, está haciendo una labor, consciente o no,  en favor de los otros candidatos, aunque en realidad pareciera tener dedicatoria a favor de uno en particular, y ahí termina su apartidismo y comienza el sospechosismo.

Para muchos resulta inexplicable que tantos grupos estudiantiles, expresando su rechazo en las vías públicas hacia Enrique Peña Nieto durante las últimas tres semanas, no hayan logrado cambiar los números de los estudios que, cada semana, y algunos diariamente, publican diferentes medios impresos sobre las preferencias electorales de los ciudadanos respecto de los cuatro candidatos presidenciales. Pero ya por ahí aclararon, que el estruendo de miles en las calles, es sólo una pequeña expresión de minorías, frente a la mayoría silenciosa, que sirve para los cálculos de las encuestas.

Y a pesar de lo razonable de este argumento, habría que tener cuidado con las percepciones, pero sobre todo con ciertas declaraciones que descalifican el trabajo de las casas encuestadoras, cuando los números no benefician o no le convienen a alguno de los candidatos. Argumento estratégico para lo que se pueda ofrecer, después del día de la elección. Afirmar que todas las encuestas están cuchareadas, aunque sean varias de diferentes casas que coinciden en las tendencias, resulta al menos temerario.

Más grave aún que, conforme se acerca el primero de julio, se empiece a hablar de un posible fraude electoral, se cuestione la honorabilidad y el trabajo profesional de las autoridades encargadas de vigilar la legalidad del proceso y se denuncie el inicio de la guerra sucia, versión actualizada del complot, cuando se hacen públicas reuniones o acuerdos comprometedores o se hacen precisiones que corrigen cifras dadas sin ningún sustento.

Todo esto pareciera corresponder a una estrategia bien meditada para aplicar en caso de que los resultados de la elección no sean favorables al candidato del movimiento progresista. Una repetición de lo sucedido hace seis años, sólo que ahora un poco más complicado por la participación de grupos estudiantiles y  de otros movimientos dispuestos a sumarse para pescar a río revuelto.

La resistencia de Andrés Manuel López Obrador a aceptar el resultado de la elección, cualquiera que éste sea, es un mal presagio. Vislumbra la posibilidad de un conflicto postelectoral, en caso de que sea otro u otra y no él, quien triunfe en los comicios.  Lo vimos en la televisión dando mil rodeos para evitar contestar esta simple pregunta: ¿aceptará los resultados que registre la autoridad electoral?

Ante este panorama, no resultaría tan disparatado sugerir la suscripción de un acuerdo entre los cuatro candidatos presidenciales por el que se comprometan a aceptar el fallo de la autoridad electoral. Y es que, por lo que se ve, las leyes y las autoridades no resultan suficientes ni confiables al candidato de las izquierdas. Esto no debería ser necesario, pero ante tal actitud y por la tranquilidad del país y el respeto a nuestra democracia, no estaría por demás hacerlo.

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