Hoy es el último día que permite la ley realizar actos de proselitismo electoral. Es por tanto, la última oportunidad que tienen los candidatos, participantes en este intenso y sacudido proceso, para solicitar a los electores el voto a su favor. Es, asimismo, la última fecha que permite la legislación para “difundir o publicar, por cualquier medio, los resultados de encuestas o sondeos de opinión que tengan por objeto dar a conocer las preferencias electorales de los ciudadanos.”
Tres días de abstinencia propagandística nos esperan, cosa que se agradece. Una tregua a esta guerra de descalificaciones, denuncias y acusaciones en que se convirtió la campaña electoral, un descanso del bombardeo millonario de mensajes propagandísticos de radio y televisión y, como lo contempló el espíritu del legislador, la oportunidad para la reflexión del voto que habremos de emitir dentro de cuatro días.
Es pues, el final de una larga competencia en la que habrá de surgir un ganador, por lo que a los demás contendientes sólo les restará aceptar su derrota y replantear sus proyectos de vida en vistas a un futuro muy diferente al que aspiraban. Con el cierre de campañas en este día, se agotaron tiempo y oportunidades. Finalmente, lo que se hizo o dejó de hacer, ahí quedó. Los candidatos y sus equipos sabrán, en unos días más, si sus estrategias fueron efectivas, si fueron más sus aciertos que sus errores, si lograron convencer y sumaron simpatías o fracasaron en el intento.
Por razón natural, la atención se concentra en la carrera presidencial, en la que, al menos, de acuerdo a la mayoría de las encuestas, el candidato de la coalición Compromiso por México, Enrique Peña Nieto, se mantuvo de principio a fin a la cabeza, con una cómoda diferencia. Si para el inicio del período de campaña se apuntaba con 48.4 por ciento de las preferencias electorales, según promedio de las encuestas publicadas por Mitofsky, Excélsior, Reforma, Milenio, OEM y El Universal, en la última medición de esta etapa, el candidato tricolor cierra con un promedio de 44.5 puntos (Mitofsky, Parametría y GEA/ISA). Lo que significa, siempre de acuerdo a las encuestas publicadas, que en estos tres meses de campaña, este candidato perdió únicamente cuatro puntos.
En estos últimos tres meses, la candidata del PAN, Josefina Vázquez Mota, perdió posicionamiento entre las preferencias electorales. Mientras que a finales del mes de marzo su promedio era de 29.5, al término de la etapa de campaña sus registros son de 24.4, lo que representa una pérdida de cinco puntos y su desplazamiento del segundo al tercer lugar.
Por su parte, el candidato del Movimiento Progresista, Andrés Manuel López Obrador, al comienzo de las campañas tenía un promedio de 21.3 puntos, contra 28.1 puntos que muestra la última medición, siendo su caso el único que tuvo un avance significativo durante esta etapa. Gabriel Quadri, candidato del Partido Nueva Alianza, habría arrancado con un promedio de 0.8 por ciento hasta acumular, al final 2.8 por ciento, lo que le permitirá mantener el registro de este partido y la posibilidad de alguna presencia en el Congreso, tal vez.
Bueno, pero eso es lo que muestran los estudios de opinión que, como mucho se ha dicho, son únicamente fotografías que permiten tener una idea sobre cómo andan las preferencias respecto de los candidatos, en un momento determinado. Se trata de análisis de opinión, no de vaticinios, aunque sus fórmulas permiten contar con elementos para señalar tendencias muy cercanas a la realidad, cuando están bien hechas, y en ello va el prestigio de quienes las realizan.
Eso sí, al final de cuentas el resultado de la elección depende, única y exclusivamente de la voluntad de los electores expresada a través de su voto. Entonces encuestas y estudios de opinión quedarán sólo como referentes históricos, para satisfacción, orgullo y reconocimiento de quienes supieron reflejar atinadamente las preferencias ciudadanas en sus trabajos, o pena, decepción y desprestigio para los que no hicieron bien su tarea.
El trabajo público de los candidatos ha concluido, el de los encuestadores también, asimismo el de periodistas, analistas, comentaristas y demás. El IFE ha recordado que la ley prohíbe cualquier manifestación o marcha en favor o en contra de cualquier candidato o partido, durante esta veda de cuatro días, prohibición aplicable también a los ciudadanos. Sigue el trabajo de la autoridad electoral, ahora en su fase crítica. Los consejeros electorales se han dado a la tarea de informar a la población sobre el proceso de votación y las medidas de seguridad con que se cuenta para tener una jornada electoral pacífica, transparente y confiable.
No existe razón ni evidencia alguna para suponer la maquinación de un fraude electoral. Por otro lado, existen demasiados candados que harían imposible cometerlo. La afirmación de que “los que mandan” y las televisoras preparan un fraude, sólo muestra el temor de quien sabe que no tiene asegurado el triunfo, en la que es su última oportunidad para llegar a la silla presidencial. Además de reflejar un profundo desprecio por quienes no simpatizan con su causa.
La obsesión de poder del candidato López Obrador no tiene límites. Para ganar adeptos enarboló la república del amor, pero, al fin y al cabo, genio y figura lo hicieron retomar su verdadera personalidad. Resulta a todas luces irresponsable insistir con el discurso del fraude sin aportar ninguna prueba, pues con esto se está descalificando, de antemano, el proceso y a las autoridades. Esperemos que no se repita la película de hace seis años, y que los candidatos que participan en esta competencia electoral acepten los resultados de manera civilizada, en lugar de mandar al diablo a las instituciones y enrolarse en aventuras de tristes recuerdos.
Por lo pronto, la invitación para todos es ir a votar el próximo domingo por los candidatos de nuestras preferencias, y tener la confianza de que quien gane será el que sume el mayor número de votos, sin importar la diferencia. Así es la democracia.