Para el Partido Revolucionario Institucional, el Distrito Federal ha sido su talón de Aquiles. A partir de que diversas reformas abrieron la posibilidad de que los ciudadanos capitalinos pudieran elegir a sus autoridades políticas, el tricolor empezó a sufrir para retener el poder de la capital del país.
En las elecciones federales de 1988, y como presagio de lo que le ocurriría años más adelante en esta ciudad, el candidato presidencial priista resultaría arrasado por su contrincante, el candidato de la coalición conformada en el Frente Democrático Nacional, quien lo superaría con 48 por ciento de los votos capitalinos sobre 23.7 por ciento logrados por el del tricolor. En ese año, en que se celebrara la primera elección local del D. F., el PRI obtendría 24 representantes de mayoría, de 40 posibles, y el PAN lo seguiría con 13.
En 1991, las cosas resultarían muy exitosas para el Revolucionario Institucional. Como en sus mejores tiempos, la maquinaria priista impondría el carro completo al llevarse todos los cargos de elección popular en juego: 40 representantes a la Asamblea, 40 diputaciones federales y dos senadurías: Última ocasión en que se llevaría de todas, todas. Tres años después, todavía con la inercia del pasado, mantendría 38 posiciones de mayoría en la Asamblea de Representantes.
En los comicios de 1997, y con la reforma que establecía la elección para Jefe de Gobierno del D. F., ocurre el desplome electoral del tricolor. En aquella ocasión, se impone la fuerza del candidato perredista al gobierno de la capital asestándole la primera gran derrota al otrora invencible partido en el gobierno. Éste, no sólo pierde el control de la administración de la ciudad, sino que, además, no logra ni un solo lugar de mayoría en la Asamblea Legislativa.
A partir de ese año, las elecciones locales en la capital se convertirían en un verdadero dolor de cabeza para el Revolucionario Institucional, sin que hubiera logrado descifrar el enigma del triunfo electoral. Y es que, en contra de lo que acostumbraba en sus tiempos de gloria, su participación electoral en el D.F. fue de fracaso en fracaso, llevándolo a convertirse en la tercera fuerza política en la capital.
El carro completo volcó, y perdió de todas, todas. Ni una diputación de mayoría para la Asamblea, ni una de las 16 Delegaciones políticas, salvo en 2003, cuando ganó la de Milpa Alta. Y de la Jefatura de Gobierno, la joya de la corona, mejor ni hablar, pues en las dos últimas elecciones el candidato priista quedó en un relegado tercer lugar.
Las derrotas del PRI abatieron la estructural local de este partido. Crisis financiera y reducción de su aparato burocrático afectaron programas de atención a organizaciones de asistencia social y de apoyo a grupos desprotegidos. Su capacidad de gestoría se debilitó y fue perdiendo la conexión y representatividad que tenía con distintas organizaciones sociales que conformaban parte importante de su base electoral.
La orfandad en que cayera el PRI nacional con la pérdida de la Presidencia de la República, se replicaría de manera más dramática en su Comité Directivo del D.F., con la derrota en la elección para la Jefatura de Gobierno. Y es que el PRI local operaba bajo una relación de subordinación y control de la regencia de la ciudad, que funcionaba con eficacia en tanto instrumento político del gobierno capitalino. En la práctica, la dirigencia local la definía el Jefe del Departamento del D.F. o al menos, la consulta era obligada, cuando el CEN del PRI efectuaba el nombramiento.
Cuando el PRI pierde la plaza, su institución local queda prácticamente a la deriva, generándose luchas internas por el control de la directiva, que terminan por fracturar su estructura y provocan la salida de organizaciones en busca de mejores opciones políticas.
No es de extrañar entonces que entre 1997 y 2000, se den tres cambios de Presidente en el Comité Directivo Local, hasta que el Comité Ejecutivo Nacional nombra a un Delegado Especial, fórmula con la que se pretendió resolver las diferencias internas entre distintos grupos que aspiraban a controlar los restos de poder de un disminuido PRI capitalino.
En 2006 se da la última elección para presidente del CD del PRI en el DF, cuya titular estuvo en el cargo alrededor de un año, y, una vez más, la falta de acuerdos hizo que en lugar de elecciones se nombrara un Delegado para presidir al tricolor local. Y si ahora las expectativas para este partido a nivel nacional son buenas, según encuestas publicadas, su futuro en el D.F. no se ve con el mismo optimismo, pues las divisiones persisten con riesgos de fractura.
Hace sólo unas semanas, la intención de elegir a su dirigente local se vio empañada por irregularidades denunciadas, lo que provocó que la autoridad electoral anulara el proceso. Así que su directiva nacional tuvo que nombrar, de nueva cuenta, un delegado especial para evitar mayores conflictos. Los priistas capitalinos no parecen ponerse de acuerdo en función de un objetivo común y persisten en una lucha estéril que puede causar una abolladura a su proyecto nacional.
Según estudios de opinión, el PRI ha logrado reposicionarse en la capital desplazando al PAN a un tercer lugar. Y cuando en estos estudios de opinión se incluyen los nombres de posibles candidatos, la ex presidente del tricolor, Beatriz Paredes, aparece en primer lugar sobre diversas opciones de aspirantes del PRD y del PAN. Esto, que resulta verdaderamente novedoso y alentador para el priismo, tendría que motivar a los grupos de poder de esta organización en el D.F. a hacer a un lado intereses particulares y diferencias, y sumarse a lo que debiera ser su principal motivación y causa de lucha que es la recuperación del poder, ahora que soplan vientos favorables para este partido.